El mejor panadero es siempre un transgresor. Escudriña su masa, manosea su semilla y esculpe la obra que exhibirá en las repisas de su tienda. No es un trabajo sencillo, exige paciencia, apetito y muchos gramos de morbidez. Los resultados suelen ser conmovedores: cuerpos con contusiones, decapitados, ojos robados a sus dueños, órganos desmembrados y sangre. El buen panadero siempre recurre a la sangre. No falla.
Lo suyo, lo suyo, es la masa, el chocolate, las pasas, la canela, los anacardos. “Cuando la gente ve mi pan, no lo quieren ni probar. Una vez que se animan, se dan cuenta que es un pan normal. La lección es no calificar las cosas por su apariencia”, ha expresado Kittiwat Unarrom sobre los torsos llenos de sangre o las manos amputadas que hornea.
Es originario de Bangkok, esta muy loco, y se inspira en libros de anatomía, Museos, estudios forenses, Dexter y Jack el destripador.
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